Un día, después del postre, la princesa cogió el hueso del melocotón que se había comido y, con cuidado de que nadie la viera, se lo guardó. Era un hueso curioso: con esos surcos que decoran su superficie como si fueran las paredes de un laberinto de los que aparecen en los cuentos, su forma de corazón, lo duro que es... Todo le indicaba que dentro tenía que esconder algún secreto y por ello pensó guardarlo en su caja de tesoros con los otros dos que tenía escondidos: una carta que recibió de su amiga Esmeralda que vive muy lejos, y un depresor de madera que le regaló el médico cuando enfermó de anginas y tuvo que mirarle la garganta. Pero este sería el más importante, porque tenía muchos enigmas que ella quería descubrir. Cuando llegó a su habitación, lo sacó del bolsillo, lo limpió con mimo, lo secó y lo colocó en la cajita junto a la carta y al depresor.
La princesa estaba tan contenta que su hermano la notó rara y le preguntó:
-¿Qué te pasa hermanita? Desde hace dos días te noto extraña y muy contenta.
-Es que tengo un tesoro y por eso estoy alegre.
-Será otro palito del médico, u otra carta . ¡Vaya tontería de tesoros que guardas...!
-No, es un auténtico tesoro y no te diré ni lo que es, ni donde está; eres un cotilla y no sabes apreciar las cosas.
El príncipe se quedó intrigado y se prometió descubrir el secreto de su hermana aunque él sabía que estaba mal, por eso comenzó a espiarla sin que ella se diera cuenta.
Una tarde que la princesa se fue a su habitación para hacer los deberes, el príncipe miró por la cerradura de la puerta y vio donde guardaba la caja de sus tesoros (que escondía para que su hermano no pudiera descubrirla).
-Vamos a dar un paseo por el campo, que está muy bonito y hace un día precioso. Dijo la reina a sus hijos.
-No puedo mamá me quedan unos ejercicios que hacer y quiero terminarlos. Contestó el príncipe.
-Yo si voy mamá, me apetece mucho dar un paseo. Dijo la princesa.
Cuando salieron a dar el paseo, y aprovechando que el rey estaba en su despacho trabajando (tenía que resolver muchas cosas para que sus súbditos vivieran felices), el príncipe se coló en la habitación de la princesa, buscó su caja en el escondite, la abrió y no pudo contener una carcajada
-Mi hermana es una tontorrona, no guarda un hueso de melocotón como si fuera un tesoro. ¡Ja, ja, ja!. Y se marchó dejando la caja encima de la mesa de trabajo de la princesa.
Cuando volvió su hermana del paseo, entró en su habitación y vio lo que había ocurrido. Se quedó preocupada pero no dijo nada.
Durante el recreo, al día siguiente, todos miraban a la princesa y se sonreían por lo bajo. Ella se dio cuenta y empezó a preocuparse. De pronto se acercó su amigo Ignacio y le contó que el príncipe había dicho a todos los amigotes que su hermana tenía en su caja de los tesoros el hueso de un melocotón. La princesa se puso muy furiosa por que su hermano no había respetado su intimidad y decidió contárselo a su madre cuando regresaran a casa.
La reina, cuando oyó lo sucedido, le dijo a la princesa:
-Es quizás el tesoro más hermoso que gurdas en tu cajita. Todos los huesos de los frutos, guardan dentro una plantita muy pequeña y muy delicada, por eso algunos son tan duros, para protegerla que no se estropee. Solo esperan a que los pongamos en una maceta, en el jardín o en el huerto para , si los regamos y cuidamos, nacer. El hueso con la humedad se abre. Sale la plantita y va creciendo: la raíz se introduce en la tierra más y más; las hijitas se hacen grandes, y va creciendo y creciendo. Así hasta que se hace un árbol como los que vemos cuando salimos de paseo. Según el tipo de hueso, la plantita que hay dentro es diferente y nace un árbol diferente también. Pero tarda un tiempo y hay que saber esperar. Tu hermano se ha portado mal y ya tendrá su castigo en su momento.
La princesa se quedó emocionada y dejó de preocuparse. El sábado siguiente, por la mañana, buscó un sitio en el jardín donde daba mucho el sol, hizo un agujerito puso un poquito de agua y metió su tesoro, el hueso de melocotón, tapándolo con mucho cuidado.
La princesa siempre que pasaba por el jardín, se paraba a ver si la plantita salía; como los días pasaban y no había señales de su planta, perdió un poquito el interés. De pronto, un domingo mientras paseaba, vio una manchita verde en el suelo y sea acercó a ver lo que era. No podía creérselo, una plantita muy pequeñita, con tres hojitas verdes, había salido donde ella había enterrado el hueso. Sin perder tiempo, fue a contárselo a su madre. La reina le dijo que ahora debía cuidarla para que no se estropeara, regarla de vez en cuando, quitarle los insectos que le comen las hojitas y sobre todo quererla mucho. La princesa, se lo comentó a sus amigas y estas fueran a ver el arbolito que cada día era más grande y más hermoso. Un día en la clase, cuando estudiaban las plantas, la maestra le pidió que explicara como había hecho para tener un arbolito en su jardín. La princesa dio una explicación pormenorizada que todos escucharon muy atentos. Al terminar se oían comentarios como: yo plantaré un hueso de cereza, pues yo de albaricoque, a mí me gusta de níspero... Y debería terminar la historia, pero no fue así. Javier, que era unos de los niños a los que el príncipe había contado lo del secreto de su hermana, dijo en voz alta:
-Entonces es verdad. Tenías un auténtico tesoro en tu caja de secretos. Y tu hermano se reía diciendo que solo guardabas tonterías.
La maestra al enterarse de lo ocurrido, llamó al príncipe para que se disculpara con su hermana por lo mal que se había portado al no respetar sus secretos. Nunca debió mirar en la caja sin su permiso. Éste avergonzado y colorado como un tomate por lo que había hecho, le pidió disculpas a su hermana y dijo que nunca más haría una cosa así. Todos los amigos, al enterarse que había mirado en la caja de su hermana sin permiso, le reprocharon su mal comportamiento porque hay que saber respetar los secretos de los demás, si no no podrán confiar en ti. Ese fue el castigo que su madre había comentado. Por eso nunca más volvió a fisgonear en ningún sitio.
El arbolito, fue creciendo y creciendo, A los pocos años, echo flores y las flores se convirtieron en deliciosos melocotones que se comieron de postre. Cuando fue mucho más alto, una pareja de gorriones lo eligió para hacer su nido y cada primavera, cuando aparecían las flores, se podía oír a las crías piar para que sus padres les dieran de comer.
Así aprendieron todos que cada semilla es un tesoro; un maravilloso tesoro de la vida que solo espera que nosotros lo sembremos para darnos las gracias con sus flores, sus frutos y la sombra que tanto nos gusta en verano..
¡Ah! Se me olvidaba; cada chico y chica plantó una semilla y algunos dos o tres. Así entre todos consiguieron tener muchos árboles. Al príncipe su hermana le decía: envidioso... pero sabía que era una broma, que lo quería porque pronto lo había perdonado. |